Recuerdos en noviembre


Tengo un recuerdo: era una niña de unos 7 años y ella era una tía de no sé cuántos años.  Estábamos en el rancho de Arandas, la tierra roja contrastaba con el verde intenso de los árboles. Ven, acompáñame, me dijo y caminamos juntos: ella, yo y un guajolote. Cómete esta planta, lo hice y de repente vi un cuchillo cortarle la cabeza a aquella ave. Impresionada, quizá con la boca abierta observé cómo corría el guajolote sin cabeza salpicando sangre por el campo. Lo más seguro es que no probé la comida.

Tengo un recuerdo: una tía de no sé cuántos años, unos lentes cuadrados y grandes que le quedaban muy bien, una voz con tono de sabiduría, un sentido del humor muy peculiar y una elegancia genuina. Una cara sin una sola arruga, cremas nocturnas, plantas y gatos. También quiero pensar que muchas risas.

Tengo un recuerdo: una despedida, hijos, hermanos, nietos, bisnietos, sobrinos, amigos. Un templo, lágrimas pero también reencuentros, descanso, una tía de 88 años que se fue dejando un legado de regocijo, ladrillos, flores, amor y vida que ella misma construyó.

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