Escuchar la conversación de dos señores con sombrero, flotando en el cielo.


Escuchar las conversaciones ajenas en un café, historias de terror y de conflicto.
Escuchar mientras escucho esas narraciones, la licuadora haciendo frapés.
Escuchar a la vez música de Sean Lennon.
Escuchar en mi interior la voz que me dice que me distraigo bastante.
Escuchar de nuevo la conversación ajena.
Escuchar los tacones de una mujer que se dirige al baño.
Escuchar síntomas inexistentes.
Escuchar el estrés.
Escuchar las risas, las charlas de la gente que está a un lado.
Escuchar el ruido que hace la taza cuando la pongo en el plato justo después de sorber la última gota de café.
Escuchar que es por rebeldía a mí misma que tomo café, uno bien cargado.
Escuchar On again off again de Sean Lennon, otra vez, una y otra vez.
Escuchar lo que una persona me dijo en sueños.
Escuchar que el estrés produce pesadillas y el sueño de la razón produce monstruos.
Escuchar el caer de la lluvia.
Escuchar la derrota.
Escuchar los dilemas.
Escuchar las risas de la calle de enfrente.
Escuchar el caer de las botellas de cerveza.
Escuchar el crujir del cornflakes.
Escuchar lo que quiero y no quiero escuchar.