Compré una botella de whisky del que tú me recomendaste,
me la tomé en cinco tragos y medio. Los conté.
Quise hablar así de ronco y raspado como Tom Waits, tu cantante favorito.
Quise cantar Rain Dogs y aullar como él.
Pero mis amigos no me dejaron subir a la barra del bar,
se los agradecí cuando pude.
Nunca había tomado una botella en cinco tragos, escribí el acto en mi libreta de hazañas.
En total he plasmado cinco y medio renglones.
Quiero un sombrero como Tom para llevarlo en mi bolsa por si hace falta,
quiero su potente voz de murciélago.
La botella quedó vacía,
la encontré en la mesa junto con una vaso lleno de agua,
me invitaste a beberlo pero no soportaba ver otra cosa vacía.
Dime si tú alguna vez pudiste con un cascada de whisky,
dime si alguna vez quisiste cambiar de voz y de sombrero.
Compré una botella de whisky y no me devolvieron el cambio,
qué importa pensé, después de esto mi venas producirán mi propio licor.
Cuando navegué por el río de whisky, escuché a un gallo cantar por la noche,
se habrá confundido -me dije-, aún no amanece, aún no hay luces tenues en nuestro techo,
que es de todos, que algunas veces es solo mío.
El gallo me envió la señal: deseaba dejar volar a los peces del río,
crustáceos embriagados saltaron del agua hasta llegar a la tierra.
El gallo no me advirtió que morirían.
Colores celestes, azul del cielo que es nuestro techo, que algunas veces es solo mío.
Nadar en este río, en este invento alcohólico,
sumergir la cabeza para atraparme en una botella.
Voz grave en mis oídos,
iba salpicando el vino como un perro de lluvia.