La sequía


Todos se fueron a las tumbas

para sacar los dientes de oro de los muertos.

Los colgaron en las ramas de los árboles,

no sintieron frío, mucho menos miedo.

Los niños confundían los frutos con los dientes,

pensaron que de todas las ramas colgaban huesos de oro.

La sequía llegó, muchos árboles murieron.

Los habitantes construyeron un cementerio nuevo

y dejaron sangrar sus encías,

antes de descansar en la tierra.



Días de Junio



Fue en junio cuando fuimos a Cuba. Tiempo atrás yo anhelaba visitar esa isla que imaginaba llena de historias, de música y de colores. Pensé que tardaría más en ir, pero conocí La Habana a mis 25 años.

Desde que empaqué la ropa ligera en mi mochila, iba sintiendo el calor de aquel singular país y cuando E. y yo nos subimos al avión iba tan emocionada que le pedí que me dejara sentar del lado de la ventana para ver el mar Caribe desde lo alto. 


Pensé que estando allá tendría tiempo para escribir mis impresiones pero no lo hubo, me dediqué a observar todo, además de que solo fuimos por ocho días, muy poco tiempo para apreciar la inmensidad de cosas que se quieren ver. Hay recuerdos que no quiero que se vayan y una manera de conservarlos está en la escritura. 

Llegamos al Aeropuerto Internacional José Martí y nos recibió un clima cálido, húmedo y disfrutable.
Lo primero que hicimos fue cambiar nuestros pesos mexicanos a CUC la moneda para extranjeros que equivale al dólar. Estuvimos atentos ya que amigos y conocidos que habían viajado a Cuba, nos advirtieron que algunos cubanos podían estafarnos cambiando nuestro dinero a pesos cubanos, que valen mucho menos que el CUC. (Un CUC vale 13 pesos mexicanos o lo equivalente al precio del dólar en el momento y un CUC vale 24 pesos cubanos.  Hace poco leí que se pretende instaurar en Cuba solo una moneda, pero aún no está confirmado).

Al terminar con la Cadeca (así se les llama a las casas de cambio), ya teníamos a varios taxistas ofreciéndonos su servicio. Nosotros estábamos apabullados, aún sin ubicarnos en un nuevo espacio y de pronto, llegó un señor que no era taxista y nos invitó  subir a su camioneta  para llevarnos a nuestro destino (que aun no teníamos, pues no sabíamos en dónde nos hospedaríamos).

Una amiga que había viajado meses antes a La Habana me había recomendado una casa de huéspedes con un señor llamado Roberto, que rentaba cuartos a un precio accesible. Nosotros fuimos con poco dinero, viajar a Cuba puede ser muy barato. Durante el trayecto del aeropuerto al centro de La Habana vieja, iba viendo todo el paisaje verde y tropical, así como a todos los cubanos con su singular belleza y diversidad. Veía los letreros que había por las calles a favor de la Revolución, unos con imagenes del Che Guevara, otros más con Camilo Cienfuegos y Fidel Castro. 

Recuerdo que a veces, yo expresaba mi deseo de conocer Cuba antes de la muerte de Fidel, ya que me interesaba cómo funcionaba el socialismo, quitando los mitos y las historias que escuchaba sobre dicho sistema político. No conocí muy bien la forma de vida en ocho días pero por lo menos me di una idea y a pesar de que me dijeran y viera que muchas cosas estaban controladas por el gobierno y la policía, me gustó ver  y sobretodo sentir la seguridad en las calles. Saber que nadie te iba a asaltar o atacar, incluso si querías salir a dar un paseo en la madrugada, eso era algo sumamente agradable. Una sensación que nunca he experimentado en mi país, una experiencia nueva para mí. 

No puedo decir mucho sobre el sistema político, pues solo estuvimos en La Habana vieja durante nuestro viaje y conocimos solo un pedacito de la isla, que para mí era hermoso. Entonces dejé de preocuparme por la política y dejarme llevar por lo bello del paisaje, por la gente y por la cultura. 

Al llegar al centro de La Habana pagamos con un billete que tuvimos que cambiar, así que lo primero que vi fui un bar al que me metí, la música era increíble, había un cuarteto de mujeres cantando y tocando y el bar era asombroso, me acerqué a la barra y pedí que me cambiaran el billete, el señor al que teníamos que pagar entró también, él pidió el cambio y se lo dieron. El bar al que habíamos entrado era El Floridita, uno de los más famosos, ya que constantemente fue visitado por el escritor Ernest Heminway. 
En ese lugar había una escultura del escritor y fotografías de su estancia en Cuba. 

Estábamos buscando hospedaje y comenzó a llover, nos dimos cuenta que la dirección del señor Roberto estaba en un mensaje de un correo electrónico por lo que necesitábamos internet. En Cuba es muy complicado y muy caro tener acceso a internet, además de que funciona lento. Encontramos un hotel con servicio y rentamos una computadora que se encontraba en la recepción, nos vendieron una tarjeta de una hora de internet por algunos CUC, pero no recuerdo cuántos. Lo que sí es que para los cubanos con un sueldo promedio de 20 CUC al mes, les es muy difícil adquirir acceso a internet.

Encontramos la dirección y  la casa pronto, llegamos y nos instalamos, el señor Roberto era un cubano al 100 por ciento, un hombre grande, fuerte, negro como la noche, pelo canoso y sonrisa amplia. El acento de los cubanos me fascinaba, recuerdo que al llegar a la aduana a pesar de que habláramos el mismo idioma, me tardé un poco en distinguir las palabras. 

Dejamos las mochilas en nuestro cuarto y salimos a recorrer las calles de La Habana, una de las cosas que más me gustaron fue ver pasar los coches antiguos por las calles, casi no había automóviles nuevos. E. me decía que los coches que veíamos pertenecían al tiempo de la Unión Soviética. E. los identificaba casi todos. Caminamos por el malecón, vimos esas casas enormes y viejas, nos sentamos a observar a los pescadores, caminamos y caminamos, con el calor y con el sol como acompañantes, mientras que nuestras miradas se refugiaban felices en los colores azul y verde de La Habana. 

Todas las mañanas íbamos a buscar el desayuno, comprábamos cosas a pesos cubanos y comíamos jugos y sandwiches que vendían en puestos donde se formaban muchos residentes en las mañanas y a medio día. 

La Habana Vieja es una ciudad demasiado turística por lo que habían muchos productos para dicho mercado:  desde hoteles, souvenirs, restaurantes y lugares para bailar. Lo que E. y yo elegimos fue asignarnos, con nuestro presupuesto bien contado, dos actividades diarias. Una consistía en ir a la playa. Llegábamos nos metíamos al mar y después tomábamos el sol. Una vez nos enterramos en la arena y mi cara quedó roja después de ser lo único expuesto a los rayos del sol.

Además de la playa, fuimos al Museo de Arte Cubano, donde vimos obras de diversos pintores y escultores, todas éstas distintas, sin embargo, al observarlas con atención, podíamos encontrar un común denominador en las mismas. Todas llenas de colores fuertes, amarillos, rojos, verdes y azules. En ese lugar platicamos con una de las custodias, una cubana que llevaba su cabello lleno de trencitas. Se llamaba María y nos dijo que muy pronto tendría vacaciones, que ya las esperaba pues no aguantaba el calor del lugar, ya que el aire acondicionado se había descompuesto. Lo que ella quería era pasar tiempo con su mamá y cambiarse el peinado.

También tuvimos la suerte de escuchar en el Teatro José Martí a la Orquesta Sinfónica de Cuba, acompañada con solistas invitados de Japón, Austria y Corea. Estar en ese concierto fue una experiencia única. Ahora es un grato recuerdo.

Como lo es también aquella noche que pasamos en el malecón, observando el movimiento del agua, la luna, las estrellas, los pescadores y la gente que se reunía a platicar. En esa ocasión, se acercaron dos cubanos a conversar con nosotros y contarnos un poco de sus vidas. Uno era médico y dio la casualidad de que trabajó por un tiempo en un hospital de la ciudad de León en México. El otro era entrenador de un equipo de béisbol (deporte en el que Cuba ha tenido uno de los mejores desempeños). Se quedaron un rato platicándonos sobre el clima, su sueldo, el béisbol, sus paseos nocturnos en la ciudad, etc.  Nos despedimos y caminamos por la Cuba oscura pero tranquila, aquella noche solitaria en la que apreciamos las charlas y la vista y el estar en un lugar inigualable como lo es La Habana.

La comida era deliciosa, los moros y cristianos (una mezcla de frijoles y arroz), se convirtió en mi platillo favorito, los frijoles cubanos fueron un manjar para mi paladar, al igual que el fuerte café y los mojitos que probamos.

Un día antes de partir, visitamos el Museo de la Revolución, un sitio lleno de una historia que en la actualidad muchos cubanos siguen contando orgullosos, mientras que otros piensan y quizá anhelan otra forma de vida. Lo que yo vi, es que hay muchas cosas que en mi país hacen falta como mejor educación, un sistema de salud más eficaz y un apoyo genuino para la cultura. Quizá en dicho país hacen falta cosas que el mío tiene, pero no soy ninguna experta para opinar nada al respecto. Lo que escribo son vagas impresiones, pues deseo nuevamente regresar a la isla cubana y recorrer más de sus ciudades para sumergirme en su música y en su canto.
Me falta mucha música cubana por cantar, muchos poetas cubanos por leer y muchas calles cubanas por caminar.