Una canción bonita para amortiguar la caída.


Aprieta play y lee.


Si contara cada una de mis fijaciones llegaría al infinito.
No las voy a contar. Tengo muchos recortes sin utilizar y mucho por estar.
Muchos verbos en infinitivo, muchos espejos rotos y un tipo con una cámara larga retrata la sangre, otro la dibuja y el último la lame.
Todos me dan asco.
Me dan asco sus pies.
Ni siquiera sé si sus amígdalas funcionan bien, no sé de qué hablan o a quién escuchan y por eso me alejo. Me dan náusea. No sé a qué saben sus amígdalas.
Hablo del asco como si hablara de un trozo de caracoles pegados, hablo del asco como un ramillete de toallas de baño.
Hablo del asco porque es el único tema que sé que hará a todos vomitar.

Vivimos entre las rocas.











Yo pido que me extraigan la piedra de la locura.

La vida es un cuento de ruido y furia que no significa nada.


En días como estos lo único que hace falta es ver una película de Woody Allen.
Quedarse en cama y leer sobre sociología del arte (ser un aburridor), luego ir a buscar un libro y leerlo rápido porque lo tenías que haber hecho semanas atrás, incluso meses atrás (empezar una tesis y no tener idea de cómo empezar).
Leerlo y no esperar ninguna llamada. Pensar en canciones y no en ruidos. Pensar en viento y no en furia. Quitarle el significado a todo.
No significar nada.
Raspar la pintura de Chirico.

Llega el momento en que se paga de nuevo la renta.


foto de: Ramón, Moncho. www.medioperronegro.blogspot.com

Mis nuevos hermanos.
Mis nuevos hermanos se parecen a los versos de ¡Adelante! libro de Bukowsky en el librero de D id. Se parecen a las carreras de caballos, a las apuestas y el alcohol del que habla tanto en La sede del club. Hagan sus apuestas, apuesten para ver quién se cae más rápido del cerro, quién se tropieza con una piedra, a quién regaña más su mamá, quién se cortará primero el cabello. Quién ayudará a mover el refrigerador del lugar.
Hagan sus apuestas.
Griten como bestias.
Muerdan las cuerdas del tendedero.

Otg.



La paradoja de la fraudulencia consistía en que cuanto más tiempo y esfuerzo invertías en resultar impresionante o atractivo a los demás, menos impresionante o atractivo te sentías por dentro: eras un fraude. Y cuanto más fraude te sentías, más te esforzabas en transmitir una imagen impresionante o agradable de ti mismo para que los demás no descubrieran a la persona vacía y fraudulenta que realmente eras. Por lógica, lo normal sería pensar que en cuanto una persona supuestamente inteligente de diecinueve años fuera consciente de esta paradoja, dejaría de ser un fraude y se conformaría con ser él mismo (fuera lo que fuese) porque se daría cuenta de que ser un fraude era una regresión infinita y viciosa que al final solo conducía a estar asustado, solitario, alienado, etcétera. Pero esta era la otra paradoja, de orden superior, que ni siquiera tenía forma o nombre: yo no lo hacía, no podía hacerlo.

El neón de siempre, Extinción, David Foster Wallace, traducción de Javier Calvo para Mondadori.

Ya habían dicho: el amor es un perro infernal.


El amor existe, cómo negarlo. Sólo que, al menos en su variante más aguda y fervorosa, es como una bestia hambrienta de carne a la que no es posible mantener saciada todo el tiempo. Y que no apetece nunca la misma carne.


R.H A. ortuño.

Te gustan de esos.





“He vivido como si fuera hijo secreto de un rey, en espera de que algún cortesano me rescate. Claro que nadie me rescató; nadie rescata a nadie. Por ello dejé las pretensiones en un cajón. No era más guapo que ellos, no había ido a mejores escuelas ni me vestía mejor y carecía de su encanto. Pero había decidido apegarme al fundamento que hace triunfar a los bandidos: olvidar minuciosamente la compasión.”

Recursos humanos, Antonio Ortuño.