El cantinero posmoderno.

Tú.
Un hombre con un sombrero rosa camina por la calle, por la misma calle en la que yo camino.

Eres.
Su sombrero rosa me molesta, me estremece la vista. Sin embargo, lo ignoro. Es un caminante más, un paseante sin pasaporte, un miserable como todos.
Me topo con una cantina, un lugar en el que asisten hombres viejos, algunos tienen bigotes (pelos debajo de la nariz), otros no. Sin embargo, también encuentro hombres jóvenes por ahí, al menos no tan viejos. Puedo decir que la mayoría de los jóvenes no usan bigotes. Al entrar, el cantinero me ofrece un trago.

El.

El cantinero es un señor de cuatro estómagos que no confía en las mujeres de corta edad. Es deportista. Tiene un auto nuevo y negro. Después de trabajar en la cantina su vida social es nula. Su vida virtual, en cambio, es asombrosa. Vive en un pequeño departamento, solo. Cuenta con servicio de internet y las propinas de los señores con bigote en la cantina le sirvieron para comprarse una computadora portátil.

Cantinero.

Abre su negocio etílico a partir de la una de la tarde y lo cierra a las once de la noche. Su ayudante, un señor de un único estómago y cuatro pestañas divididas en los dos ojos, es el que se encarga de sacar al último borracho del lugar.
El cantinero de los cuatro estómagos nunca deja del lado cada instante de su vida virtual. Al terminar de trabajar llega a su departamento, abre el refrigerador con una mano y la computadora portátil con la otra. Come mientras abre sus páginas de redes sociales en donde conoció a un vietnamita que le comprará su colección de botellas vacías que guarda desde ya hace 13 años en la cantina.

Posmoderno.
Quiere saber cuándo llegará su grupo favorito a Guanajuato, para asistir a su concierto, por lo que diario checa la página oficial de “Mika Miko”.

Eres.
Postea a cada rato su estado de ánimo y confiesa que está en una relación complicada. No le asusta saber que las personas que asisten a su cantina lo pueden llegar a conocer a través del internet, mucho mejor de lo que lo conoce su madre.

La.
Él construye una página, una cantina virtual en la que venderá bebidas virtuales de todos los sabores y de todos los tamaños que puedan existir en el ciberespacio. Todavía no sabe el nombre que le pondrá a su negocio virtual. No, no será ningún diminutivo.
El cantinero de los cuatro estómagos nunca revela su nombre. Nunca revela por qué tiene cuatro estómagos. Siempre se rasca la nariz entes de abrir un envase de cerveza. Consiguió la receta para el mezcal de casa en internet. Un día se lo propusieron pero no le interesó vender cerveza de barril en su negocio.

Era.
En su vida real no tiene suerte con las mujeres pero la banda ancha le ha ayudado a ser el más popular con las chicas que suben sus fotos (con su mejor pose) en la red. Él también sube las fotos con su mejor perfil, casi todas se las toma su ayudante de un solo estómago. En casi todos sus retratos sale en la cantina pero edita dos estómagos y quita a los borrachos que se colaron en la imagen. A veces sube fotos leyendo un libro, alzando a un bebé (especifica que es su sobrino), también sube fotos jugando tenis o con amigos afuera del teatro. También tiene su faceta de chico malo y rudo así que sube fotos en motocicletas o practicando deportes extremos. Casi todas son fotomontajes muy bien ensamblados.

Del.
Sus pensamientos se dirigen a la nada, al vacío, al tedio. Él se encierra y pasa horas aprovechando el conocimiento que le proporciona el meterse a páginas en japonés o páginas en español que le sirvan para entender la cultura japonesa. Aprovecha para ver imágenes del mundo al que sabe que no irá porque tiene todo lo que quiere saber y ver de China, Moscú, Inglaterra, Haití, Chile, Portugal, Italia, Egipto, Japón, Japón, Japón, Japón, en la esquina de su departamento (donde se encuentra su computadora portátil y el acceso a internet).

Vacío.
Él, él es un cantinero que no invierte en nada, que se avienta al vacío y usa un sombrero rosa.
No hay inteligencia aquí.

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