“Dejar entrever cólera u odio en gestos o palabras es inútil, es peligroso, es necio, es ridículo, es vulgar. Uno no debe mostrar jamás la cólera o el odio sino con los actos.” — Arthur Schopenhauer
Era una tarde vacía y tranquila en la que Adela esperaba sentada en un parque al señor que vendía marihuana. Había tenido una semana de trabajo intenso, buscaba relajarse. Fumar mota y ver una película en su cuarto era una buena opción.
Adela vivía con sus padres, en un modesto departamento de la delegación Tlalpan. Por las mañanas asistía a la Universidad en donde estudiaba para ser escenógrafa y en las tardes trabajaba con un pequeño grupo de teatro que montaba una obra diferente cada mes.
Sus expectativas académicas y profesionales no eran altas, simplemente quería encontrar una posibilidad de sobrevivencia haciendo lo que le gustaba. Era fan del cine negro y pertenecía a asociaciones que protegían a los animales en peligro de extinción. Odiaba la poesía y escuchaba fervientemente música hecha con sintetizadores y objetos extraños.
No se involucraba nunca en la política pero de vez en cuando leía los periódicos, veía las noticias y escribía sobre ello. Esa tarde ella esperaba al señor que vendía marihuana. Una semana de trabajo intenso. Quería relajarse.
Adela, una chica de baja estatura, de piel morena, ojos grandes y pies planos.
Su padre, Arturo. Él fabricaba pieles sintéticas para hacer zapatos.
Su madre, Antonia. Ella era pintora.
Su hermano Mario. Él estudió leyes.
Su pequeña hermana. Ella disfrutaba el andar en bicicleta.
Esperaba al señor que le vendería marihuana. Esperaba sentada, leyendo un periódico de nota roja. El encabezado hablaba de un cubano que fue encontrado a la vuelta de su casa, muerto. Ella lo conocía, a él y a su esposa. El artículo del periódico describía la forma en que murió ese hombre. Su esposa, una mujer mexicana de 32 años se había casado con él, tenían apenas dos años de matrimonio. Se habían conocido en la isla, ella visitaba Cuba con fines recreativos y de entretenimiento. Una mujer en busca de hombre y con veintiséis dólares en la cartera. Siempre a la expectativa, siempre esperando una señal.
Pablo. Él era cuatro años menor que ella, trabajaba de taxista y asistía a una escuela nocturna donde estudiaba Cine. Se conocieron precisamente en el taxi. Fátima, respondió ella cuando Pablo le preguntó su nombre. La estancia que Fátima tenía prevista en Cuba era de dos meses y medio. En ese tiempo Pablo se convirtió en su chófer oficial. La llevaba a cualquier lugar que ella quisiera y la recogía de cualquier lugar en donde estuviera. Pasaron algunos días y él la invitó a salir al bar más concurrido del lugar. Ella aceptó. Pasaron la noche sin poder conversar, la música se escuchaba tan fuerte que apenas y pudieron conversar. Sólo se miraban y sonreían. Esa noche hicieron el amor en el departamento de Pablo.
Los dos meses se cumplieron y Fátima se casó con Pablo para poder viajar los dos de regreso a México. Él consiguió un trabajo en una casa productora y continúo sus estudios de cine. Ella seguía trabajando en el despacho de arquitectura, profesión que había adquirido.
Vivían juntos cerca de la casa de Adela, la reconocían, la saludaban y de vez en cuando se encontraban los tres en un bar cercano a la colonia.
Una noche Pablo llegó a casa después del trabajo. Llegó dispuesto a darle una noticia importante a Fátima. Ésta preparaba mojitos en la cocina. He pensado que llego el momento de separarme de ti, dijo. Ella tiró las bebidas al suelo y le pidió que repitiera lo que había dicho. Pablo lo dijo de nuevo.
Fátima lloraba. Él subió al cuarto a hacer su maleta. Fátima lloraba y pensaba que sólo había sido el medio para que Pablo pudiera salir de la isla. Pensaba que era una extranjera más, víctima de los hombres cubanos que buscan escapar. Pensaba en sus amigas que le habían advertido de la situación. Pensaba en que ella no sería una víctima pero él sí. Pensó en matarlo y lo hizo.
Sacó la pistola que Pablo guardaba cerca del escritorio en el que cada noche se sentaba a juntar ideas para guiones cinematográficos. Cogió el arma y corrió a la habitación, ni siquiera quiso detenerse a mirar el rostro de su esposo, le disparó mientras él estaba de espaldas. Le dio en la cabeza y explotó, la sangre salpicó la pared. Pablo cayó en la cama. Las sábanas repletas de sangre, su ropa tirada en el suelo. Sus párpados secos. El rostro de Fátima mojado.
Adela esperaba a que llegara el señor que le vendería marihuana. Miraba la foto después del encabezado. Pablo entre las sábanas llenas de sangre con su rostro oculto, el rostro oculto la fina expresión de la muerte. Pablo cayó de frente.
Adela sintió un escalofrío al terminar de leer el periódico. Ya estaba ansiosa, se imaginaba lo bien que le caerían unas cuantas fumadas de hierba mientras la película de cine negro entonara los balazos, música cotidiana para sus oídos.
4 comentarios:
Te la rifaste, Pau!
Ahora creo que es verdad, el coraje se debe mostrar con actos... jeje
:D yo soy tu FANSESE!!!
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ja ja ja. beibi ailaiket. mátame bailando.
Pau! Ya lo dije una vez y lo volverá a decir, eres de mis escritoras favoritas!!
I Luv it!! Felicidades Pauu!
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