


Eran las cinco de la tarde, faltaba una hora para que se escondiera el sol. Ahí estaba yo a punto de zarpar. Leven anclas, escuché a lo lejos. Navegué por ese gran muro azul que es el mar. Pasé varios días en ese barco que se convirtió en mi hogar. Conocí a una sola persona estando allí, un hombre alto de cabello blanco. Él y yo vivimos juntos, me contó la historia de los barcos: el hombre construyó elementos para flotar en el agua, usaba los troncos de los árboles, de repente inventó los remos. El hombre aprendió a moverse sobre el agua. Ahí estábamos nosotros en un barco en el que a veces remábamos y algunas otras lo movía el viento. No había límites. Llegó la noche él y yo nos tomamos de la mano, viajamos inmóviles.
2 comentarios:
Rostros surcados.
Con un mechón blanco sabes a donde se dirige el viento.
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