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Foto: Enrique Metinides |
Un meteroro cayó
dentro de la casa de mi abuela.
Destruyó sus macetas, las plantas
se quemaron.
En su cocina explotaron las ollas de barro,
aparecieron grietas en el suelo.
Las fotos de sus nietos,
quedaron en cenizas.
Su boca estuvo abierta
al ver todo el desastre.
Bolas de fuego reinaron en sus
rebozos de colores.
El ladrillo se desplomó,
ella dio su declaración al noticiero nocturno.
Todo se esfumó -dijo- menos mi
largo cabello blanco.
1 comentario:
José Watanabe
Poema del inocente
Bien voluntarioso es el sol
en los arenales de Chicama.
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
y anda tras la lagartija inútil
entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
y esta otra:
de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
y ardió demasiado súbito y desmedido
como si fuera de pólvora.
No te culpes, quien iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
tenso y contenido bajo la corteza,
esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
sin arrepentimientos
porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
en todo.
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