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Collage: Paulina Mendoza |
Las calles estaban rotas, el gigante con sus pies de plomo
las destrozó, hubo entonces: miles de tropiezos de los transeúntes.
El día que creímos ver llover de nuevo, después de la aridez,
fue el mismo día que el gigante escupió,
qué asco: salí sin paraguas a caminar.
El gigante, el más abominable tan solo por ser el cíclope del condado,
el gigante que puede aplastar una isla con la yema de sus dedos,
el gigante que inventó su propia lengua y prendió fuego a las otras.
Olvidaron todos el poder de hablar: el gigante estropeó todas las bocas.
Las agujas de plomo brotaron en la cabeza del gigante,
las aventó como granadas, las arrojó con los ojos cerrados:
el gigante no quería ver la caída de los muros derribados.
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