La viva historia de un soldado



Porque no encuentro otro sitio desde donde empezar, este texto partirá de mis indagaciones, mis anécdotas y mi forma de entender un tema que ya lleva mucho tiempo alumbrando -cada vez más- los espacios de oscuridad: el feminismo.

Reviso a la distancia –a mis 31 años- eso que nos decían de niñas en la escuela sobre el aborto. Recuerdo, como muchas de ustedes también lo harán, el día que nos pusieron un video mostrando un feto destazado. La criminalización hacia las mujeres y la falta de libertad para decidir sobre su propio cuerpo y elecciones de vida nos fueron dictadas comenzando por nuestra infancia.

En ese momento, en quinto o sexto de primaria, no recuerdo… yo interpreté ese mensaje como querían que lo hiciera y pensaba que las mujeres que abortaban eran malas y no tenían corazón. Ahora pienso todo lo contrario, gracias a un trabajo de muchas feministas que han puesto sobre la mesa el derecho de tomar las riendas de nuestro propio cuerpo. Y nos han hecho saber a muchas mujeres y a la sociedad que hay que aceptar la transformación que implica un embarazo cuando se desea realmente. También nos mostraron que nadie que no quiera pasar por la gestación debe hacerlo.

En la adolescencia pocas veces me cuestioné sobre qué implicaba ser mujer en un contexto como el nuestro –donde la violencia machista cobra 10 muertes diarias, lugar en el que las cifras de mujeres asesinadas se mantienen en vez de disminuir-. He crecido en este país y he tenido ciertos privilegios que muchas otras no: haber tenido acceso a la educación superior y ahora, pese a todas las desigualdades y precariedades laborales –otro tema que convendría considerar- tengo un empleo con qué sostenerme. Sólo esas dos cosas bastan para escribir desde un lugar privilegiado.

El feminismo ha llegado a mí para ser un punto de esperanza en medio de todo el desconcierto que nos acontece, es una idea hermosa en la que creer pero también el propio feminismo me ha llevado a confrontaciones duras con las que aún estoy trabajando –he tenido que repensar y reinventar las formas de relacionarme con el mundo como yo lo conocía, o más bien como me dijeron que era- y esa tarea no ha sido sencilla. Por eso creo en las contradicciones porque el feminismo que yo he vivido o tratado de vivir me ha llevado a “convivir y habitar las contradicciones” como dice Silvia Rivera Cusicanqui, socióloga, activista y feminista de origen aymara.

Para mí ha sido muy complicado en principio pensar que otras formas de vida y organización son posibles pero cuando me fijo en lo “pequeño”, en lo cotidiano, he encontrado cierto confort, ¿a qué me refiero con lo pequeño, lo cotidiano? A acontecimientos que en muchas ocasiones no ponemos atención: el té de las mañanas, las amigas que te comparten de su comida cuando llegas tarde del trabajo, las amigas que te escuchan cuando estás feliz, cuando estás triste, los baños de sol a media tarde durante el invierno, las hermanas que siguen siendo cómplices, la mamá que da un abrazo, todas las que tenemos en cuenta la importancia de los cuidados y afectos.

En una entrevista que le hacen a Silvia Rivera Cusicanqui habla sobre “los colectivos pequeños y acciones corporales que permitan que existan espacios de libertad”. Ella propone una repolitización de la cotidianidad “ya sea desde la cocina, el trabajo o la huerta”, lo que busca es “articular el trabajo manual con el trabajo intelectual, producir pensamiento a partir de lo cotidiano”.

Justo eso, el detenerme en lo cotidiano, cocinar, plantar, el trabajo en la tierra son aspectos que nos han sido arrebatados y con los que me ha costado conectar. Mucho influye el capitalismo que nos ha quitado tiempo o nos ha hecho concebir el tiempo ligado a la productividad y la ganancia, en vez de la contemplación y la tranquilidad. Observen a su alrededor, todos estamos llenos de ansiedad.

Hablando entonces desde el yo, desde la experiencia propia, puedo decir que mi estado actual de oficinista ha hecho que en muchas ocasiones me olvide de mi propio cuerpo, de ser consciente de mis sentidos, del movimiento, de la importancia de sentir, oler, tocar: levanten la mano a quien le haya pasado lo mismo.

Por eso, lo que escribe y dice Cuisicanqui me ha movido cuando se refiere a que “el cuerpo tiene sus modos de conocimiento y que es necesario reintegrar la mirada al cuerpo” porque eso tan simple, lo he ido perdiendo.

Debo decir que escribo esto poco después de que se diera a conocer la noticia de un feminicidio atroz que nos ha enojado y entristecido a la vez, quizá por eso también escribo un poco a partir del desaliento. Respecto a la violencia, el feminismo de la antropóloga y pensadora Rita Segato me ha llevado –como a muchas de mis amigas- a indagar en sus ideas.

Segato dice que la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora”. La falta de empatía es una buena arma para destruirlo todo.

Esta pensadora feminista pone en la mesa una discusión profunda en la que todavía nos falta y nos queda mucho por hacer: el aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros.

El feminismo de Rita Segato y del que soy afín propone derribar el “mandato de masculinidad”, lo que traduce como el mandato de dueñidad. En múltiples entrevistas, conferencias, en su concepto de Pedagogías de la crueldad, Rita explica que “la primera víctima del mandato de masculinidad son los mismos hombres, que hay una violencia de género que es intra-género —hoy hablamos de bullying—, y que la violencia contra las mujeres se deriva de la violencia entre hombres… y a la emulación de una modelización de lo masculino encarnada por sus miembros paradigmáticos”.

Ella asegura que la historia de la masculinidad es la historia viva de un soldado. ¿De verdad les gusta ser soldados?

Yo no sé si se podrá, si se logrará derribar dicho mandato pero sé que hay mucha fuerza y unión feminista iluminando largos y desgastados senderos de oscuridad. Tampoco sé si se logrará, si será posible la destrucción de los sistemas políticos y económicos, del capitalismo y del imperialismo como la del patriarcado pero estoy segura de que hay –porque las ha habido siempre- muchas mujeres tejiendo otras formas de relacionarnos, otras formas de encontrar cuidado, protección, afectos… las hay porque las he visto, las he tenido cerca y quiero ser una de ellas.

Por último, me gustaría contar que hoy leí un encabezado de una nota periodística que dice “El feminismo se vuelve el quebradero de cabeza del Gobierno mexicano” y pensé que no sólo del gobierno, sino de las universidades y las instituciones que quieren continuar aplicando modelos arcaicos y desiguales de estructuras jerárquicas, violentas, opresoras y deficientes.

El feminismo está tomando las calles y no dejará de hacerlo. Comparto las ideas de ese feminismo descrito por Rita Segato en el que dice que “nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal” y pues para derrocar ese orden político no está de más recordar que a las mujeres nos han quitado tanto que nos han quitado el miedo.


Pd. Sinceramente, yo aún tengo miedo pero estoy trabajando en ello, para que se me quite, para que se nos quite.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias.

Paulina Mendoza dijo...

Gracias por pasar a leer.